Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Apr 22, 2016

GLOBALIZACIÓN CIVILIZATORIA ¿SIN IGUALACIÓN SOCIAL?


La globalización actual ya no es la de la industrialización y el imperialismo occidental. Es una globalización más multipolar, donde China se ha convertido en la segunda economía del mundo, camina para convertirse en la primera y está haciendo valer su nuevo rol a todos niveles.

Por otro lado la India, Brasil, la nueva Rusia y otros grandes países se esfuerzan para convertirse en poderosas potencias mundiales. Por su parte y ahora mismo, Occidente está sufriendo más que ninguna otra zona la importante crisis iniciada en el 2008, que amenaza hacer retroceder la fuerza y bienestar logrado en los últimos siglos por los Estados Unidos y, sobre todo, Europa. Ésta –concretamente- intenta apaciguar su evidente retroceso en influencia mundial con la lenta y difícil construcción de su unidad económica y política. Del éxito que tenga, parece depender el mantenimiento o no de su lugar actual en la globalización.
 
Estamos también en una “turboglobalización monádica”, postindustrial, postmoderna, basada en las más avanzadas tecnologías de la comunicación y la información, y en la sociedad del conocimiento. Es la globalización de la “sociedad red” en “la era de la información” que describe Manuel Castells (2000). Ahora, como nunca antes, la globalización se ha convertido en un fenómeno evidente para la gente. Todo el mundo se ha hecho consciente de la dependencia planetaria, de todos respecto de todos, incluyendo muchos peligros o riesgos globales. Como teoriza el sociólogo alemán Ulrich Beck (1994 y Beck, Giddens y Lash, 2008) formamos parte de una sociedad del riesgo global y estamos tomando conciencia de ello reflexivamente.


Sin embargo y de forma inconsciente, la globalización ya tenía un importante impacto mucho antes y, precisamente por esto, la humanidad se había mantenido como una única especie. Siempre había sido mínimamente global, siempre había estado algo globalizada, aunque no lo sabía.

 
Por otro lado, aquella lenta, indirecta e intermitente globalización permitía que la humanidad se expresara a través de una enorme riqueza de culturas, tipos de sociedades, maneras de vivir y formas civilizatorias. Durante milenios, la diversidad humana fue muy profunda, a pesar de que progresivamente los contactos y la globalización crecían, y que muy pocas civilizaciones eran totalmente autónomas y autárquicas.

 
Una incipiente pero fuerte globalización intervenía intensificando los contactos, si bien -como hemos visto- muchos incluían conquistas, subordinaciones e imposiciones más o menos violentas. Por ello condujeron a la larga a una drástica reducción de la diversidad y riqueza cultural de la humanidad a lo largo de la historia. Significativamente, David Christian (2005, pp. 175, 253 y 403) estructura la parte de la “big History” dedicada a la historia humana en tres grandes apartados caracterizados como “muchos mundos”, “pocos mundos”[1] y “La era moderna: un sólo mundo”.

 
Intuyendo la tendencia unificadora detrás los mecanismos históricos, son muchos los filósofos y pensadores que han afirmado que la historia humana converge hacía una unificación total[2]. Las pesimistas hipótesis de una tendencia histórica hacía la simplificación de la riqueza y unificación de la diversidad humanas parecen muy plausibles a partir de análisis actuales[3] como “el pensamiento único”[4] o la concentración de los conflictos mundiales en las “líneas de fractura” de unas pocas grandes civilizaciones (no más de 7, según Huntington).

 
Ya sea por imposiciones militares y coloniales, como por arraigadas tendencias políticas tanto internacionales como dentro de los propios Estados, es cierto que la historia de los últimos siglos ha comportado una importante reducción de la riqueza cultural humana que, además, se ha acentuado en las últimas décadas. Así lo constata y denuncia desde hace mucho tiempo la Unesco y otras agencias de la Naciones Unidas. Todos sus estudios y análisis ponen de manifiesto la enorme pérdida y acelerada reducción de formas de vida, culturas y lenguas que está sufriendo la humanidad.

 
Todavía más lamentable es que la indiscutible globalización financiera, económica, tecnológica y de los riesgos medioambientales, y la creciente reducción de la diversidad cultural y lingüística de la humanidad, no han comportado especiales mejoras en la convergencia de las poblaciones con respecto a la calidad de vida, los derechos políticos o la nivelación cognitiva. La unificación y globalización parecen ir sólo en las direcciones mencionadas, mientras que no parecen tener impacto (o éste es –incluso- negativo) con respecto a la igualdad económica, de calidad de vida y de justicia social, donde parece que la “brecha” de las diferencias e injusticias aumenta irremisiblemente[5].

 
Tiene razón el filósofo brasileño del derecho Joaquim Carlos Salgado (2006, p. 262) al lamentar que la actual globalización se limite “o avanço da razäo poiética no mundo econômico”, olvidando prácticamente la deseable “vertente ética da justiça universal concreta”[6]. La actual tiranía de los llamados “mercados” incluso sobre Estados enteros muestra una enorme distancia entre los distintos aspectos de la globalización en que los económicos, financieros y tecnológicos se han avanzado a años luz (donde predomina la guerra hobbesiana “de todos contra todos”) por encima del empoderamiento humano para la defensa conjunta de “lo común” (que incluye derechos y deberes, la riqueza cultural y ecológica, y el avance en la justicia social).

 
Ahora bien y por lo expuesto, el principal motor de la globalización no ha sido otro que la violencia, la colonización y el dominio de los poderosos sobre los débiles. Como sintetiza Jared Diamond (2006, pp. 323ss): “En los últimos 13.000 años, la tendencia predominante en la sociedad humana ha sido la sustitución de las unidades más pequeñas y menos complejas por otras más grandes y más complejas. {...} Las unidades más pequeñas no abandonan voluntariamente su soberanía y se fusionan en unidades mayores. Lo hacen únicamente mediante la conquista o bajo coacción externa.”

 
Similarmente valoran los McNeill (2004, p. 173) el inicio de la globalización moderna: “fue un proceso doloroso, a veces brutal. Desaparecieron pueblos, lenguas y religiones al tiempo que un puñado de sociedades imperiales lograban propagar su poder y su cultura a nuevas tierras. Cuando decenas de millones de personas (junto con sus recursos y ecosistemas) se sumaron a lo que se estaba convirtiendo en una red mundial, el proceso de especialización del trabajo y el intercambio pasó a ser verdaderamente internacional y dio como resultado mayor riqueza, pero también mayor desigualdad {de riqueza} que nunca.”

 
Ciertamente, se tubo que esperar a finales del siglo XX para poder pensar la humanidad como una “aldea global” donde prácticamente toda la humanidad (menos los “nuevos excluidos”) está continuamente interconectada en red como un nuevo virtual (pero también vital) “cordón umbilical”. Hoy no podemos sustraernos a la idea que somos una unidad inseparable que comparte todas las ventajas y todos los riesgos de nuestra sociedad: en último término del minúsculo “barco” interestelar que es el planeta Tierra dentro del cosmos. Por ello, actualmente la condición humana es inseparable de la conciencia de la globalización, de esta creciente, quizás peligrosa e insoslayable unidad que nos configura queramos o no.


Ahora bien y como hemos visto, la humanidad siempre ha vivido dentro de una cierta globalización, si bien en absoluto era consciente de ella. Ciertamente tampoco era como la actual turboglobalización monádica: tan intensa, instantánea, omnipresente, constando, de veloces y lejanos feedbacks, tan sistemática y, sobre todo: tan cotidiana, omnipresente y banal. La diferencia entre las antiguas globalizaciones y el actual está básicamente en el aumento exponencial de todos los parámetros de interacción: velocidad, cantidad, calidad, intensidad, lejanía, sistematicidad, seguridad, constancia, omnipresencia...


Ese incremento exponencial –a pesar de ser aparentemente sólo cuantitativo- provoca un “salto cualitativo” (como decía una ley dialéctica marxista). A pesar de que nos acompaña desde hace milenios, la globalización actual se ha transformado tan profundamente que no podemos saber las consecuencias a medio plazo. La globalización es todavía un proceso abierto, en crecimiento exponencial y absolutamente impredecible. Pero parece que en el futuro, tal como lo ha sido hasta ahora, la globalización será clave en la evolución de la humanidad y de la condición humana.

 


[1] David Christian (2005, p. 255) sitúa la progresiva reducción de riqueza cultural y civilizatoria en un proceso iniciado con la aparición de las grandes civilizaciones, que dominan territorios bastante amplios donde imponen una importante unificación social y cultural que elimina totalmente muchas culturas diferenciadas.
[2] Por ejemplo Herbert Marcuse lo denuncia en su famoso libro de 1968 El Hombre unidimensional (Barcelona: Seix Barral, 1971) y aún más pesimista se muestra Norbert Elias a (1987, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México: FCE).
[3] Ciertamente, también hay analistas más optimistas como Ulrich Beck (2005: 13, La mirada cosmopolita o la guerra es la paz, Barcelona: Paidós) quien detecta la emergencia de un nuevo cosmopoliticismo, que no niega la riqueza ni la diversidad cultural, ya que: “Estamos ante una determinación de la identidad que ha sustituido la lógica del ‘o esto o lo otro’ por la lógica del ‘no sólo, sino también’.”
[4] Ignacio Ramonet popularizó esta influyente advertencia en 1995 en un famoso editorial de Le Monde Diplomatique y la amplió en el libro Il Pensiero Unico (1996) que escribió con Fabio Giovannini y Giovanna Ricoveri (Mayos, 2000, pp. 17ss).
[5] Hay que recordar que todavía una gran parte de la población mundial no puede acceder a internet, a la alfabetización digital ni a la globalización cognitiva, a pesar de que sufren su impacto y los riesgos globales. Todavía más, las estadísticas dicen que la llamada “brecha digital” o el nuevo analfabetismo no hace sino aumentar (Mayos y Brey, 2011).
[6] Reclama significativamente Salgado (2006: 261) “uma justiça formal internacional a cuidar desses direitos e de um sistema de contribuiçäo e repartiçäo de receitas internacional, nos moldes como se desenvolve nos Estados federados avançados, a exemplo da República Federal da Alemanya (de que o modelo bresileiro é o avesso), para a realizaçäo de umma justiça distributiva de riqueza humana entre as naçoes, em que a dignidade humana seja o critério do mérito para sua fruiçäo.” Agradezco al Dr. José Luiz Borges Horta que me facilitase acceder a esta muy interesante mirada iberoamericana (si bien a partir de Kant y Hegel) que complementa la indioanglosajona del nobel Amartya Sen (2010).


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