Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Apr 22, 2016

REFLUJO DE LA GLOBALIZACIÓN HEGEMÓNICA OCCIDENTAL



Como hemos visto, en la modernidad la globalización fue conducida férreamente bajo hegemonía primero europea y después occidental. Así se llegó a un dominio global del mundo por parte de Occidente sin ningún precedente en la historia.

Los datos son absolutamente reveladores de la globalización imperial que analizamos: los europeos controlaban el 35% de la tierra firme del planeta en 1800, el 67% en 1878 i el 84% en 1914. En 1920, el porcentaje llegó a ser todavía mayor, cuando el imperio otomano fue dividido entre Gran Bretaña, Francia e Italia.[1] Tiene razón Huntington (2005, p. 63) al concluir que En 1910, el mundo era más unitario política y económicamente que en ningún otro momento previo de la historia humana. {...} ‘Civilización’ significaba ‘civilización occidental’.”

 
Ahora bien, el nivel logrado por la moderna globalización bajo hegemonía occidental no se podía mantener indefinidamente. El reflujo o redimensión de esa hegemonía occidental coincidió significativamente con el retorno de los conflictos más sangrientos a territorio europeo: la Iª Guerra Mundial, la Revolución bolchevique, la expansión de los fascismos y la IIª Guerra Mundial. Recordemos que desde la Paz de Westfalia y salvando el largo período napoleónico, Europa había exportado en gran medida los conflictos entre sus grandes potencias a las colonias. La lucha por la hegemonía mundial entre la Gran Bretaña y Francia, y antes entre las mencionadas y las primeras potencias colonizadoras España, Portugal y Holanda, se había trasladado a sus colonias. Sobre todo en ellas se dirimía violentamente el reparto colonial y la hegemonía mundial, mientras que en Europa predominaba un “equilibrio” ciertamente inestable, pero mucho menos que en las colonias.

 
Como resultado de la Iª Guerra Mundial y la Revolución bolchevique, la Alemania unificada alrededor de Prusia y el Imperio Austro-húngaro vieron cortada y minimizada su participación en el reparto colonial del mundo. Esa frustración fue de gran importancia –entre otros factores- para que Alemania abrazara furiosamente la causa de los nuevos fascismos, como sucedió en menor grado en zonas del Imperio Austro-húngaro, en Italia y en nostálgicas viejas potencias coloniales como España y Portugal. En todo caso y para la globalización ello significó que Europa tuvo que aceptar de mala gana una nueva gran oleada de independencia de sus colonias. Y además que progresivamente quedaran flanqueadas y superadas por el nuevo colonialismo –de alineamiento más laxo, básicamente ideológico-económico y mucho más adaptado a los nuevos tiempos- de los Estados Unidos y la emergente URSS.

 
Un muy complejo e inestable proceso de descolonización quedó marcado porque Europa estaba enfrentada en una brutal y larga guerra civil (de la cual la española fue un sangriento episodio) que en cierto sentido ocuparía la primera mitad del siglo, y por la incorporación como potencias mundiales de los Estados Unidos y la URSS, junto con el contrapeso de todo tipo que ejercieron entre sí. En conjunto todo ello terminó por reducir considerablemente el dominio directo de Occidente sobre gran parte del mundo, si bien quizás no redujo proporcionalmente el indirecto dominio económico. Tampoco nos podemos engañar con respecto a la globalización, sólo en los aspectos coloniales se vio reducida ésta, mientras que en el financiero, económico, tecnológico, cultural, civilizatorio, epidémico y medioambiental no hizo sino crecer fuertemente.

 

En muchos sentidos tampoco cambió el signo general de la globalización la emergencia del bloque soviético y la dinámica de la “Guerra fría”. Detrás del enconado debate ideológico y de la política de bloques (incluida la teoría geoestratégica “de las piezas del dominó”), la globalización continuó creciendo en casi todos sus aspectos. Hay estudiosos que consideran que lo hizo especialmente en los negativos, aunque son también muchos los que destacan la influencia moderadora sobre muchas diferencias económicas y sociales en todo el mundo que tuvo la pugna ideológica entre capitalismo y comunismo.


En todo caso, la nueva “turboglobalización” ya no pudo ser hegemonizada tan férreamente por Occidente. Como sintetiza Huntington –mostrando sin duda sus bases ideológicas-:
La geografía política global pasó desde el mundo único de 1920 hasta los tres mundos[2] de los años sesenta y a la media docena larga de mundos de los noventa[3]. Juntamente con esto, los imperios mundiales occidentales de 1920 quedaron reducidos al mucho más limitado ‘mundo libre’ de los años sesenta (que incluía muchos Estados no occidentales opuestos al comunismo) y después al todavía más restringido ‘Occidente’ de los noventa.[4]


Sin embargo, si obviamos la perspectiva occidentalista, hay que valorar esta evolución como una cierta recuperación (seguramente todavía parcial) del status quo tradicional de los grandes países, regiones y civilizaciones mundiales. Europa y Estados Unidos no pueden pretender mantener de forma permanente su gran predominio mundial económico, político ni –mucho menos- colonial del siglo XIX. La creciente globalización de alguna manera debe resituarlos relativamente dentro del contexto mundial. Es posible que la crisis posterior al 2008 sea un elemento en ese proceso de resituación. En última instancia la globalización es un complejo proceso “ciego” y que no atiende a privilegios históricos, por lo que fácilmente en unos momentos quita lo que en otros momentos ha dado (como ya avisaba Hegel a los “portadores” concretos del “espíritu universal”[5], es decir los que realizan la dialéctica global de la historia). Ello se acentúa a medida que se avanza hacía la actual “turboglobalización monádica”.


Por otro lado, es cierto y representa un importante problema legado a las generaciones futuras que, como era inevitable, aquella brutal y violenta globalización hegemonizada por Occidente ha dejado un persistente resentimiento en el resto del mundo. Con cierta paranoia, Huntington (2005, pp. 62s) lo sintetiza eficazmente: “durante cuatrocientos años, la relaciones entre civilizaciones consistieron en la subordinación de las demás sociedades a la civilización occidental. {...gracias a} la invención de los medios de navegación oceánica para llegar hasta pueblos distantes y el desarrollo del potencial militar para conquistarlos. {...} facilitada también por la superioridad de sus tropas en organización, disciplina y entrenamiento y, más tarde, por las armas, transporte, logística y servicios médicos superiores resultantes de su liderazgo en la revolución industrial. Occidente conquistó el mundo, no por la superioridad de sus ideas, valores o religión (a los que se convirtieron pocos miembros de las otras civilizaciones), sino más bien por su superioridad en la aplicación de la violencia organizada. Los occidentales a menudo olvidan este hecho; los no occidentales, nunca.”
 

La manera como la humanidad y las grandes potencias sean capaces de gestionar y apaciguar ese difuso pero persistente resentimiento en contra de la moderna globalización hegemonizada por Occidente, será clave para que en un futuro cercano vivamos: o bien lamentables, violentos y tristes “choques de civilizaciones”, o bien una más humana y justa “alianza de civilizaciones”. En todo caso, la globalización continuará en muchos aspectos y dependerá de nosotros que lo haga en una dirección o en otra.
 




[1] En estas cifras Huntington (2005, p. 62) no incluye entre las potencias europeas a Rusia, ni por lo tanto su enorme expansión por Siberia, en cuyo caso todavía se incrementarían más. Desde la perspectiva de Huntington (2005, p. 62): “Únicamente las civilizaciones rusa, japonesa y etíope, las tres regidas por autoridades imperiales sumamente centralizadas, fueron capaces de resistir el asalto de Occidente y mantener una existencia independiente significativa.”
[2] Piensa en términos básicamente políticos, de alineamientos ideológicos y geoestratégicos. Son los dos bloques –capitalista y comunista- y la parte del Tercer mundo no alineada.
[3] Huntington está refiriéndose a lo que denomina “civilizaciones”.
[4] Huntington (2005, p. 66) lamenta esa reducción del bloque ideológico o civilizatorio occidental. Con ello se aproxima a la posición básica de los más conocidos neocons norteamericanos, si bien en otros aspectos mantiene una importante distancia (Mayos, 2009).
[5] Hegel con su visión totalizadora, omnicomprensiva y sistemática fue el filósofo que mejor interpretó los modernos mecanismos de globalización (aunque no usó el término). Hay que recordar que para Hegel el “espíritu universal” (Weltgeist) no era nada más que la dialéctica global de la historia. Por eso Hegel usa el término “Welt”: “mundo”, aquí traducible como “mundial”, “universal” o ¿por qué no? “global”.


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