Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Oct 11, 2016

CAZADORES DE OPORTUNIDADES: COGNITARIADO, PRECARIADO, EMPRENDEDORES


Bauman (2007) dice que la actualidad es la era de los «cazadores» postmodernos que -paradojalmente- tienen mucho que ver con los llamados «promotores», «desarrolladores», «emprendedores» y «cognitariado». Todos ellos prescinden de grandes utopías, ideologías, revoluciones y proyectos a largo plazo para limitarse a ir sobreviviendo, cobrarse indivi­dualmente las piezas más valiosas y poder alargar así su precario proyecto personal.
 
 
Sin duda, ello les cansa, les parece una esclavitud, lo valoran como poco rentable o, simplemente, consideran un sueño imposible tener un jardín, cultivar sus propias tierras, apacentar el ganado familiar o —incluso— construir una obra ingenieril que debe durar a muy largo plazo como una gran presa.
 
 
Los acelerados cambios sociales han convertido todos esos «sueños modernos» en demasiado tangibles, excesivamente «sólidos», poco flexibles o adaptables a los postmodernos flujos financieros de los mercados y —también— poco susceptibles de ofrecer los enormes beneficios a corto plazo que hoy parecen impres­cindibles.

 
 
En la aceleración neoliberal, muchas aspiraciones humanas básicas representan inversiones demasiado a largo plazo. Por eso desagradan al capital financiero que las siente como «fosilizaciones». Pero además tampoco pueden ser asumidas fácilmente por los individuos que están obligados a construir su personal “capital humano” y cognitivo. La aceleración neoliberal condena esas aspiraciones humanas porque considera que “dan poco juego» y limitan el cambio oportunista cuando aparecen ocasiones de negocio más lucrativas. Pues hoy la principal exigencia “laboral” e incluso “existencial” es estar disponible para «cazar al vuelo» las «oportunidades de negocio», que por naturaleza son circunstanciales y efímeras.


 
 
Esos «cazadores postmodernos» no buscan animales salvajes sino las más inestables e inseguras oportunidades, que oscilan entre un trabajo provi­sional o a tiempo parcial, y los negocios más «salvajes» y rentables. Pero ambos extremos coinciden en tener que centrarse en apuestas laborales, económicas y tecnológicas a corto plazo, precarias y siempre inseguras. Eso es lo que une tanto al miserable trabajo, hoy habitual, como a las suculentas plusvalías que algunos pueden obtener: siempre son algo tem­poral, rápido, efímero, precario, breve y sometido a la ley de: «rendimientos pasados no garantizan rendimientos futuros».
 
 
Dicho esto, hay que advertir que el «cazador» de Bauman (2007) coinci­de menos con la actitud, mentalidad e imaginario social obligatorios tanto para el cognitariado y precariado (Standing, 2013; Mayos, 2013c), como los emprendedores y depredadores postmodernos. Pues el gran drama conjunto del emprendedor posmoderno y del precariado cognitivo es que ya no les está permitido concebirse viviendo en y de la naturaleza, obede­ciéndola, cuidándola y venerándola.
 
 
Insertos ya en el capitalismo turboglobalizado, a todos ellos no se les ofre­ce el más mínimo ni estable «orden natural» y, aún menos, la posibilidad de decidir que «algunas cosas están mejor sin tocarlas». Por el contrario, todo les presiona para que se comporten como si todas las cosas estuvieran para ser transformadas en oportunidades laborables, de negocio y renta­bles Startups. En muchos sentidos los «promotores», «desarrolladores» y «emprendedores» están sometidos a una muy similar presión que el pre­cariado, por eso tienen que mirar el bosque o los entornos naturales como meras oportunidades circunstanciales que hay que poner en explotación.
 
 
Además, deben hacerlo sin pretender vincularse o atarse a ellas como el «jardinero con su jardín» o «el agricultor con sus tierras de labranza». Coinciden con todos los «cazadores» en no estar dispuestos a desperdiciar o dejar de cobrar cualquier pieza de cierto valor; pero tampoco se enca­riñarán con ella ni la cultivarán para que devenga su «jardín», sus «tierras» o su «casa». Al contrario deben mantener la distancia y el espíritu mera­mente depredador que lo reduce todo a una circunstancial oportunidad de «curro» o de negocio que, siempre, será algo efímero.
 
 
Eso significa en el mundo laboral actual que, al firmar el contrato inicial, también firman inevitablemente las condiciones del despido. En el momento de «entrar-invertir» en un negocio o Startup tienen que prever ya el cercano momento de «salir-realizar-beneficios»... para dedicarse a otra cosa. Todos los trabajadores (sean manuales o no intelectuales), y también los «promotores», «desarrolladores» y «emprendedores» elogiados en las facul­tades de negocios, son «cazadores» precarios de oportunidades.
 
 
Incluso pueden apostar por ellas a medio plazo esperando que «madure» ese modelo de negocio. Pero llevan profundamente inscrita su «precariedad» y, por eso, en todo momento están obligados a prestar atención a otros posi­bles empleos y «emprendimientos» alternativos. Además sabiendo que —siempre y por su naturaleza— son efímeros, que no pueden eternizarse en ellos y, por tanto, calculando cuál es mejor momento para salir o cambiar.
 
 
Los «emprendedores», «cognitariado» y «precariado» del capitalismo turboglobalizado están obligados a vivenciarlo todo como alguna de las oportunidades laborales o de negocio que se presupone que deberán ejecutar, explorar, desarrollar y poner en explotación a lo largo de su vida. Todo impulsa para que no solo configuren así su vida profesional, sino tam­bién todos los aspectos de la vida cotidiana. Pues, incluso las relaciones personales se verán afectadas por ese tipo radicalmente «instrumental» de subjetivación y de actitud.
 
 
Incluso las parejas sentimentales son vistas como oportunidades de vida feliz y para determinados goces pero, por supuesto, sin compromisos eter­nos ni incluso a largo plazo. La aceleración turboglobalizada de la destruc­ción creativa hace que sea casi imposible pensar en esos términos y más allá de pasado mañana. Aún más, obliga a verlos como algo condenado al fracaso, como una alienación que «se puede querer» pero que —en todo caso— «se sabe» que no se podrá tener.
 
 
Únicamente resulta posible pues una carrera incesante, con solo metas volantes temporales, que tan solo sirven para recuperar el aliento y que se basa en la pesadilla, que Bauman (2007) llama «sueño» y «utopía» «de un trabajo sin final». Además, y a diferencia de los cazadores tradicionales que gozaban de una cierta solidaridad pues a menudo debían atacar en grupo, los emprendedores, promotores y desarrolladores de nuevas tecnologías u oportunidades de negocios básicamente son individuos que compiten entre sí. El capitalismo turboglobalizado también comporta que terminen compitiendo entre sí el «cognitariado» y el «precariado».
 
 
Les impone un muy parecido destino existencial, esto es la potenciación de la destrucción creativa y la «individualización» por el neoliberalismo. Pues incluso el famoso liderazgo cooperativo y el trabajo en grupo es una pausa en la guerra de todos contra todos; como decía Foucault (inspirado por Claussewitz): la política y la diplomacia son la continuación de la guerra por otros medios.
 
 
Por eso, «emprendedores», «cognitariado» y «precariado» tienen que asumir el laberinto del desierto como su destino. Saben que en plena tur­boglobalización ya no quedan espacios naturales libres y no explotados, donde asentarse definitivamente para devenir «jardineros», «agricultores» o «ganaderos» sedentarios. Ya no queda ningún lugar libre, fijo, «propio», sólido y permanente en que el cansado «guerrero» pueda establecer su «hogar», y donde pueda plantar la semilla de su «linaje» y un proyecto familiar a largo plazo.
 
 
En el laberinto del desierto —como en las películas de Mad Maxya no existe ningún lugar donde establecerse, «echar raíces» y colgar el cartel de «hogar, dulce hogar». Ello es comprensible porque el capitalismo cog­nitivo define un mundo básicamente virtual, más vinculado a la tecnología en acelerada destrucción creativa, que a la vida estable de los antiguos modelos de «jardinero» o «guardabosques». El capitalismo cognitivo tur­boglobalizado obliga a la gente a mantener siempre «abierta su biografía» (Honneth, 2009) y —además— les devuelve sus ideales autoexpresivos en forma de presiones y exigencias sociales que —como hemos visto— gene­ran nuevas y muy extensas patologías.

 
El capitalismo cognitivo y turboglobalizado define un mundo en transfor­mación constante donde —como en las dunas del desierto o las olas del mar— se puede circular a gran velocidad, pero es prácticamente imposible instalarse permanentemente en parte alguna. Es un mundo infinito, sin límites, ni condiciones... siempre en tránsito y donde todo está en mutación perpetua, pues todo lo sólido se desvanece en el aire (decía Marx).

 
Ciertamente los «emprendedores», el «cognitariado» y el «precariado» son educados para cazar toda oportunidad laboral o de negocio. Toda su for­mación está cada vez más focalizada a que —en medio del laberinto del desierto— estén atentos a detectar posibilidades de trabajo e —idealmen­te— promoverlas, desarrollarlas y convertirlas en rentables Startups.

 
Pero —insistimos— por rentables que sean esas «oportunidades» jamás pueden confiarse en que serán su «tierra prometida», donde dejar de ser extranjeros, instalarse permanentemente y multiplicarse. La aceleración turboglobalizada de la destrucción creativa no permite tales niveles de «solidez» y, por tanto, tan solo pueden ser pequeños oasis dispersos en medio del infinito. Pueden constituir una oportunidad de negocio e incluso un oportuno descanso, pero jamás un hogar a largo plazo.

 
Pues los siempre cambiantes vientos del desierto pueden sepultar en arena cualquier oasis. Como un destino ciego, los mismos vientos que hoy despejan y hacen posible un oasis, mañana volverán a sepultarlo. Por ello, esos nuevos cazadores en que se han convertido —lo quieran o no— los «emprendedores», el «cognitariado» y el «precariado» del capitalismo turboglobalizado, tendrán que abandonarlos más pronto que tarde para buscar otros oasis y oportunidades en un horizonte sin fin y donde ya nada es permanente.

 
No debe extrañar pues que en el capitalismo cognitivo turboglobalizado la patología emblemática o —incluso— el gran pecado laico sea desfallecer, rendirse, dejar de correr y bajar los brazos, ser incapaz ya de reinventarse o de volver a salir a la descubierta. Solo pensarlo provoca terror en el cog­nitariado que obligatoriamente tiene que habitar en el laberinto del desier­to y, por eso, lo llaman: quemarse, síndrome del burnout, obsolescencia.

 
Como vemos, a los «emprendedores», «cognitariado» y «precariado» del capitalismo turboglobalizado, sobre todo les es prohibido comprometerse e implicarse personal o a largo plazo con un trabajo, negocio, inversión o incluso una "relación" concretos. Por ello no nos debe extrañar que jamás puedan llegar a tener para ellos el valor utópico, «absoluto» y vinculado a su misma identidad del «jardinero», ni tampoco el respeto humilde del «guardabosques». Tanto uno como el otro se sienten felices en sus respectivos mundos y no quieren abandonarlos. Tanto para uno como para el otro, el jardín y el bosque for­man parte de su ser más querido, íntimo y profundo. Para ellos es lo más parecido a lo que Taylor (1996) llama su «hiperbien», que está por encima de todas las cosas y por lo que vale la pena sacrificarse.

 
A largo plazo y dados lo grandes bandazos y crisis que provoca la acelera­da destrucción creativa, es muy difícil distinguir a entre «emprendedores», «cognitariado» y «precario». Aunque coinciden en que no pueden permi­tirse comprometerse a fondo ni personalmente con un trabajo, proyecto, promoción o empresa Startup concreto y a largo plazo. Para ellos solo lo efímero y lo precario es posible, como si estuvieran bajo la cruel ley que enuncia el sabio sátiro Sileno: miserable y mortal especie de humanos, lo mejor para vosotros sería no haber nacido; pero puesto que ello ya no es posible, lo mejor para vosotros es morir jóvenes.




 

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